jueves, 14 de agosto de 2008

Las aves tienen sus "autopistas"

Rutas seguidas por las pardelas en su migración por el Atlántico. En rojo las de Canarias y en azul las de Azores. (Foto: Jesús Muñoz)

Desde la antigüedad, al ser humano le han fascinado las migraciones de los pájaros. Eran una señal del cambio de estación y una manifestación de los misterios de la naturaleza.
Ahora los científicos están empezando a desentrañarlos al dar con las claves que permiten a ciertas aves recorrer enormes distancias y al explicar las rutas aparentemente extrañas que eligen. La clave está en el viento, según un estudio que publica la revista científica de referencia.

El artículo es obra de investigadores españoles, adscritos a la Universidad de Extremadura, al Real Jardín Botánico-CSIC y a la Universitat de Barcelona, que han conseguido una demostración matemática de cómo el viento condiciona las grandes rutas migratorias de las aves en su trazado y calendario. Los pájaros usan unas llamadas 'autopistas de viento' con entrada y salida e, incluso, periodo de funcionamiento.

Las autopistas de viento son objeto reciente de investigación. En 2004, un equipo de investigadores españoles fue portada de la revista Science al demostrar que el viento determina la distribución geográfica de especies. Lo hicieron estudiando 1.800 especies de musgos, líquenes y helechos presentes en 27 localidades del Hemisferio Sur y comprobando que lugares alejados 8.000 kilómetros tenían más organismos comunes que otros prácticamente vecinos.

El patrón de distribución venía marcado por lo que llamaron 'autopistas de viento', rutas de corrientes de aire que enlazan lugares distantes y aíslan a otros y determinan el extraño reparto de especies entre ellos. En aquel estudio de 'Science' se demostró que las esporas y fragmentos de plantas viajaban miles de kilómetros a lomos del viento por el sur del planeta.

El estudio se ha centrado en un ave de 800 gramos que recorre hasta 30.000 kilómetros al año.
Ahora, dos miembros del equipo que realizó aquella investigación, Ángel Felicísimo (Universidad de Extremadura) y Jesús Muñoz (Real Jardín Botánico, CSIC) se han unido a un especialista en aves, Jacob González-Solís (Universitat de Barcelona), para seguir estudiando esas autopistas de viento.

Como explica Jesús Muñoz, "queríamos conocer más a fondo las autopistas de viento, pero es imposible técnicamente seguir a una espora". Hacía falta algo que ayudara a trazarlas, y el modelo resultó ser la pardela cenicienta ('Calonectris diomedea'), un ave experta del maratón aéreo.

Con 800 gramos de peso, viaja cada año desde sus colonias de cría en el Atlántico Norte hasta el sur de África, recorriendo un total de 11.000 kilómetros. Para ello da, un extraño rodeo de 3.000 kilómetros adicionales por Brasil en lugar de volar en línea recta.
Surfeando sobre el aire

Un desvío parecido, pero por el Atlántico Norte, hacían los marinos portugueses desde el siglo XV para sortear la franja de calmas ecuatoriales que impide remontar a vela la costa de África. Obtener ese conocimiento de navegantes costó no pocas vidas de exploradores. ¿Conocen ese secreto las pardelas?, se preguntaban los investigadores.

Otro motivo para elegir a estas aves fue que para volar surfean sobre el aire que las olas empujan delante de sí. Y como el viento es el que genera esas olas, los investigadores usaron los datos del satélite que mide sus características -el QuikSCAT de la NASA- para ver si seguían autopistas de viento entre Canarias y el sur de África.

Una pardela cenicienta planea sobre las olas aprovechando el impulso que le proporciona el viento. (Foto: Jacob González-Solis)

El trabajo comenzó con la colocación de geolocalizadores a algunas decenas de pardelas para conocer las rutas concretas que seguían. Según el ornitólogo González-Solís, responsable de esa parte del estudio, éste se ha podido realizar gracias a avances técnicos con los que antes no se contaba. En primer lugar están los satélites que miden los vientos, que existen sólo desde hace unos años y ofrecen datos de una exactitud impensable antes.
Por otro lado, se ha ganado en la miniaturización de los geolocalizadores. Los que González-Solís colocó a las pardelas tenían 10 gramos: "Hace unos años eran de 100 gramos y era imposible colocárselos a una pardela sin impedirle volar", afirma.

Ahora, tras analizar los vientos oceánicos día a día medidos por satélite y tras compararlos con las localizaciones de las aves, los autores han encontrado que la antes incomprensible ruta era exactamente la más eficaz para dejarse llevar por los vientos en la época de migración. Otras más cortas supondrían grandes costes de energía al volar contra vientos desfavorables.

El segundo resultado del trabajo fue algo que los científicos no esperaban encontrar al iniciarlo, y es que ese viaje no puede realizarse en cualquier momento, ya que existe una invisible puerta temporal un poco al norte del Ecuador que está cerrada durante meses por la existencia de calmas o vientos contrarios. Sólo cuando comienzan los vientos favorables las pardelas viajan al sur.

La investigación ofrece pistas sobre el modo de dispersión de especies y patógenos entre lugares alejados.

Las técnicas empleadas permitirán seguir investigando cuándo y por donde se desplazan las especies y cómo han podido colonizar otras áreas en función del viento. Y eso sirve tanto para las aves, las esporas de hongos del trabajo anterior como para cualquier agente patógeno. De ello se pueden sacar aplicaciones prácticas en el tratamiento contra organismos indeseados, apuntillan desde el Real Jardín Botánico.

"No es un trabajo sobre pardelas, sino sobre todo lo que se mueve en el Atlántico, desde semillas o partículas hasta patógenos", explica el ornitólogo González-Solís.
Pero además de las implicaciones del trabajo en otras áreas, para muchas personas está la fascinación por las aves. Sabido es que los aviones que vuelan de Europa a América trazan una ruta muy al norte para coger el chorro de vientos fríos que circula en dirección oeste a cierta latitud y así ahorrar combustible. Por lo visto, las aves no tienen nada que envidiar a los pilotos de aerolíneas... ni a los marinos del rey Enrique el Navegante de Portugal.
Tomado de www.elmundo.es

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